Desnudando mi interior
Didi, si, yo. Soy la típica amiga que parece tener una vida perfecta, que ha conseguido todo o casi todo en la vida. Que tiene las cosas muy claras, y que es autosuficiente. Vamos, a la típica que odias por tener todo lo que quiere en su vida.
Quien nos ve a mi marido y a mi, dicen que todo lo hemos hecho bien, tenemos nuestra casa, nuestros trabajos, nuestras hijas, vamos, que somos un matrimonio modélico. Ja! si ellos supieran.
Cualquiera podría sentir envidia de mi vida, con la edad que tengo y todo lo que he conseguido ya.
Todos piensan que soy una mujer fuerte, una wonderwoman que es capaz de trabajar, atender a su marido, tener la casa siempre como si fuese a salir en una revista, con tiempo para atender a sus amigas y sus problemas, tiempo para escribir aquí. Y la verdad es que en más de una ocasión me han dado ganas de mandarlo todo a paseo y vivir esa vida que llevas tú, lector, que seguro que con mi edad llevabas o llevas, una vida que corresponde a tu edad.
Sólo quién realmente me conoce sabe que no hemos sido esa pareja modélica, que hemos tenido graves crisis, nos hemos echado demasiadas cosas en la cara, hemos tenido problemas sexuales, ninguno de los dos hemos sido fieles al otro. Paolo se cree que no me acuerdo, que le creí, pero sé que me fue infiel una vez, pillé un mensaje en su teléfono. Me puse histérica, me dió una excusa absurda, y preferí mirar hacia otro lado. Aunque no tenía nada que me atase a él, como unas hijas, una casa, preferí perdonarle. Lo que yo no sabía es que al pasar el tiempo yo se la devolvería.
¿Sabéis de la típica amiga que jura y perjura que jamás le sería infiel a su pareja porque eso es lo peor? Esa era yo. Soy de las típicas que van dando charlas de lo correcto que se debe hacer en una pareja, cuando yo soy la primera que no he cumplido. Lo repito, sólo quien me conoce, sabe todos los errores que he cometido en mi vida, para luego ir de perfecta por la vida, por favor.
Pienso que siempre he sido tan buena porque era lo que mi familia esperaba de mi, en todos los aspectos, creándome muchas metas que tenía que conseguir si o si. Hasta que un día me tuve que enfrentar a mi propia ética y moral, e ignorarla y hacer lo que deseaba en aquel momento, que era sentir los brazos de él rodeándome, sus labios sobre los míos, y su aliento sobre mi cara. Eramos amigos desde la infancia, siempre con un tonteo muy infantil entre los dos, llegamos a la adolescencia y no nos volvimos a ver en muchos años, demasiados, cada uno hizo su vida. Un día nos reencontramos en un bar, no hizo falta mucha conversación para saber que ya los dos nos decíamos mensajes cifrados. Somos en ese aspecto igual, nuestros principios son muy importantes, pero cuando la pasión se adueña de la cabeza, de los pensamientos, del cuerpo... los principios se quedan acorralados por toda ese energía que sientes que te fluye por el cuerpo erizándolo por completo. Yo jamás había sido infiel, él jamás había sido "el otro".
Pero pasó lo que ambos deseábamos que pasase, no pudimos evitarlo, mejor dicho, no quisimos evitarlo; nos buscamos con temor, por saber lo que ibamos a hacer y la línea que ibamos a cruzar. Y sucedió lo que deseábamos desde hacía años, la complicidad fue automática, y sentimos que lo habíamos hecho desde siempre, que el tiempo se paraba bajo nuestros pies, entre nuestros besos, entre nuestras caricias. Fue una sensación extraña, porque mientras mi cuerpo lanzaba fuegos artificiales, mi cabeza no paraba de taladrarme: PARA!! PARA! ¿PERO QUÉ HACES?.
Ignoré a mi cabeza en varias ocasiones, hasta que recobré la cordura y volví a convertirme en la mujer perfecta. No nos volvimos a ver, le destrocé el corazón, a propósito, tenía que
alejarle de mi, conseguir que me odiase, para no volver yo a caer en sus brazos. Lo sé, ¿a qué fui rastrera? Ese es otro aspecto negativo de mi personalidad, no tengo fuerza de voluntad, y sabía que con dos copas de más, el teléfono en mis manos peligraba y podía cometer cualquier otra locura.
Paolo jamás se enteró, ni jamás se enterará; opino que aquellas personas que dicen que tienen que contarle a su pareja lo que han hecho, y serle sincero porque se lo merecen, son unos cobardes. Porque esa cruz, ese peso, lo tienes que aguantar tú solo, y no hacerle ese daño a tu pareja por sentirte tu mejor. Pero, ¿qué consejo te voy a dar yo? Si soy Miss Perfecta y no hago ese tipo de cosas.
¿Y tú? ¿fuiste valiente en dejar tu vida perfecta por una pasión? ¿eres de las buenas como yo? ¿sois de los que levantáis la mano cuando se opina que jamás seríais infieles? ¿Volveríais a hacerlo?
Cuidado, porque como dice el dicho: Nunca digas de este agua no voy a beber.
Y yo añado: porque terminarás ahogado en ella. Como yo me ahogué.
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